Con solo 22 años me diagnosticaron “Colitis ulcerosa”, una enfermedad crónica y auto-inflamatoria, que causa úlceras en el intestino grueso, sangrado, diarreas y una dependencia total del servicio.
Las ironías de la vida, estudiaba para aprender el poder curativo de los alimentos y ayudar a otros, pero no esperaba ser yo la primera paciente.
Mi cuerpo pedía que parase, pero empujada por mi auto-exigencia, seguí adelante. Quería demostrarme a mí misma, que era capaz de finalizar mis estudios a pesar de la enfermedad.
A mayor presión académica, mayores eran los síntomas de mi enfermedad.
Ingresé varias veces en el hospital, pero esto no me hizo entrar en razón. No seguía las indicaciones de los médicos, me daba el alta voluntaria… Pensaba que con mi fuerza de voluntad lo superaría.
Hasta el punto, que un día mi médico me dio un ultimátum: “o te tomas los medicamentos o no vuelvas por mi consulta”… Mi respuesta fue cambiar de médico.
El desgaste emocional y físico, por controlar mis emociones y esconder la gravedad de mi enfermedad, ante familia y amigos, fue devastador.
Mi compañero de viaje era el miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a no sacar buenas notas, miedo a no llegar a tiempo al servicio…
El panorama era desolador, diarreas, dolores abdominales, motivación bajo mínimos… Sin embargo, fui lo suficientemente cabezota para superar los exámenes finales.
Un billete que había comprado con destino a Sevilla era mi motivación para finalizar mi proyecto de fin de carrera. Imaginarme estar rodeada por palmeras, en una ciudad vibrante y calurosa, me ayudó a conseguirlo.